martes, 19 de julio de 2011

MEMORIA



El señor Ángel – como le conocen en el barrio - tiene 84 años. Tenía nueve cuando comenzó la guerra. Recuerda que estaba trillando con su padre Justo, cuando un día de principios de Agosto, vieron llegar al pueblo a un grupo de milicianos. Se acercaron a ellos, iban armados la mayoría con escopetas y les dijeron que continuasen con su trabajo, que no pasaba nada. Eran milicianos de los pueblos de alrededor que se encaminaban a tomar el pueblo.

S. Lorenzo de la Parrilla, municipio de Cuenca, no opuso resistencia. Se mantuvo – al menos eso cree don Ángel - en el bando de la República durante toda la guerra. Estos milicianos se aprovisionaron de víveres, cogieron todo lo que les podía ser útil y se marcharon, dejando un retén. Lo que despertaba la curiosidad del – por entonces - pequeño Ángel, era el por qué habían hecho a su madre y a sus vecinos quitar las cortinas de las puertas de la calle.

La vida en el pueblo transcurría con normalidad. Apenas se notaba la guerra. “ Los ricos “ vivían como siempre. Los pobres seguían trabajando. A los pocos meses, su hermano Luis que había entrado en quintas tuvo que incorporarse al servicio militar. Fue destinado a la Sierra de Teruel. Su hermano Jesús también fue llamado a filas, apenas si hacía unos meses que se había licenciado. Realizó todo el servicio militar en Melilla. Su nuevo destino era el Escorial de Madrid.

“ Ya hace 75 años, lo que habremos pasado” – rememora -. Una tarde llegaba con su padre del trabajo y se encontró a sus tíos Vicente, Ángel con una carta en la mano, Basilio y Emilio. Todos ellos con caras desoladas. Se fijó en su madre, Emilia que no podía contener el llanto. Escuchó como un mazazo que habían matado a su hermano Luis.

“ Aquello fue un palo para toda la familia, pero mi madre tardó mucho en superarlo “. “Lo más duro, es que no volvimos a saber nada más “. Hubo bastantes más jóvenes de la Parrilla – como se llama al pueblo en la comarca - que perdieron la vida durante la guerra. Jóvenes, que como Luis que apenas contaba con 21 años, no regresaron.

“ La guerra apenas se notó en el pueblo. Lo peor vino después. Se encontró al tío Gregorio – uno de los caciques del pueblo – muerto en el “pocico “, decían que habían sido los milicianos, pero no era verdad. Lo que pasó es que salió corriendo del pueblo, por el camino del “ pocico “ para esconderse, se dejó caer en el pozo y se ahogó “.

“ Cuando acabó la guerra, sí que empezaron las penurias. El pueblo se llenó de militares de Franco. Todo el que había sido simpatizante del Gobierno Republicano, se lo llevaban a Cuenca. A algunos los denunciaban por tonterías. Por haberle cogido un jamón al cacique de turno, una silla o cosas así. Algunos que sabían que pertenecían al Partido Comunista, aparecieron muertos. Empezaron las palizas, las intimidaciones. El obligar, sobre todo a los más jóvenes, a desfilar con las juventudes falangistas. Encima del dolor de haber perdido un ser querido, tenías que ocultarlo. Pero sobre todo empezó el hambre. El servir a los ricos como si fueras casi su esclavo, por lo que quisieran darte “.

Mientras me relataba esto D. Angel, el señor como le conocen en el barrio, no pudo evitar que se le saltara alguna lágrima y – la verdad - yo tampoco.