viernes, 11 de octubre de 2013

SUEÑOS DE FUTURO




                               "No pienso nunca en el futuro porque llega muy pronto".
                                                                  
                                                          Albert Einstein   


Estábamos cenando, eran algo menos de las diez de la noche, me disponía a pinchar con el tenedor la ensalada común, dispusta en el centro de la mesa, cuando noté una mirada, al principio no le di importancia, pero me llamó la atención, y comencé a fijarme más. Era una mirada inquisitiva, a la vez que tímida, decidida, a la par que indecisa, tan llena de ilusión como de fastidio. A veces los chicos hacen estas cosas, cuando están a punto de pedirte algún capricho, sobre todo si son conscinetes de que suponen un gasto excesivo, o cuando saben que han hecho algo que no está bien, y sienten la necesidad de contarlo pero no saben por donde empezar. Transcurría el tiempo, el silencio ya resultaba cortante, miré a mi mujer y también me observaba de soslayo. Tuve la impresión de que algo no marchaba bien. Parafraseando la ley de Murphy, cuando algo va mal, lo más probable es que pueda ir peor.

Me desperté pronto, quizás, excesivamente pronto. Había sido una noche especialmente inquieta, desvelado, sumiéndome vencido a ratos, en un inquieto duermevela, que me obligaba a despabilarme cada cierto tiempo, devolviéndome a la vigilia con un dolor de cabeza tremendamente incómodo. Ya en la ducha, seguía dándole vueltas a la  cuestión, definitivamente no era capaz de reunir el valor, no sabía cómo decírselo a mi familia. El caso es que llevaba toda la semana sin apenas descansar, y mi mujer y los chicos, estaban demasiado pendientes, sentía que notaban mis ausencias, no físicas claro, pero en cosas puntuales, que en otras circunstancias hubiesen acaparado toda mi atención, me encontraban indiferente y como pensando en otra cosa. Tenía que continuar con la farsa, quizás, tuviese un golpe de suerte inesperado, que me ahorraría dar muchas explicaciones, que conforme pasaba el tiempo, más me costaba mentalizarme a dar de forma natural. Pensaba para mí mismo: esto no es normal, mientras continuaba con la mentira.

Terminé de asearme, salí del baño, me vestí y desayuné. Desprecié, como cada día, la segunda tostada con mantequilla a mi mujer y me dispuse a acudir, como desde hacía casi veinticinco años, al trabajo, sólo que comenzaba mi segunda semana de trabajar de mentira. Al salir del portal, en los contenedores de basura, estaba, como casi todas las mañanas desde... ya había perdido la memoria desde cuándo, un viejo conocido, que siempre se me quedaba mirando, y al que me parecía normal encontrarme allí, desaliñado, con su cada vez más mugroso abrigo de paño que portaba en todo tiempo, una figura enjuta, medio encorvada y sin nombre. Figura, conocida y anónima, al que en los útimos tiempos le acompañaban un número de personas cada vez mayor, todos ellos rebuscando en la basura algún objeto, cualquier cosa que de alguna manera pudiera ser aprovechable. De pronto, justamente esa mañana, me paré, observé, parece ser que con otros ojos, el panorama que veía. Me vinieron tantas cosas a la cabeza, tantas sensaciones atrasadas, tantos sentimientos ignorados o reprimidos, que casi me dejo vencer por todas esas frustaciones acumuladas durante los últimos años. Lo que veía no era justo, no, ni justo ni normal.

Eran las cuatro de la tarde, apenas faltaba una hora para salir cuando me dijeron que el jefe quería verme. Corrían tiempos difíciles, las cosas en la empresa habían estado mal, después se pusieron muy mal, pero últimamente, parecía que la tormenta había pasado, teníamos bastante trabajo. Era de los más antiguos en la empresa, una fábrica de productos de PVC y aluminio, el trabajo era duro, pero al menos cuando empecé a trabajar, el salario tampoco estaba mal, te daba para vivir. En los últimos años las cosas se habían complicado, los gastos eran mayores, con la universidad de los chicos, la hipoteca, las dos bajadas de salarios que tuvimos que soportar y demás, crearon situaciones bastante tensas, sobre todo en algunos momentos puntuales, a la hora de llegar a fin de mes. Pero íbamos tirando.

Pensativo, barajando varias posibilidades, fui al servicio, me lavé las manos y la cara, a pesar de frotarme con saña, la grasa de las manos no acababa de desprenderse del todo. Cuando salí, tras acabar de asearme, las manos me olían a lavavajillas, y notaba las encías cargadas, por lo que probablemente mi aliento resultaría bastante desagradable. Subí las escaleras metálicas que separaban la fábrica de la oficina, llamé y abrí la puerta todo en uno, me quedé mirando a Isabel, la secretaria, que me indicó que pasase al despacho contiguo. Volví a llamar, hasta que resonó un tenue y comedido "adelante", procedente del otro lado de la puerta. Don Arturo, el jefe, y el señor González, el contable, me esperaban, hecho que me sobresaltó, no me lo esperaba, y no me venía a la cabeza ningún motivo que justificase la presencia, a la vez, de nosotros tres en esa habitación. Los pocos motivos justificatorios que me venían, no me gustaban un pelo, la verdad, y no me parecía normal.

Me sentía observado, por todos, durante la cena. Incluso me vino la imagen de mi padre, de hacía muchos años, esa mirada dura, inquisitiva, apoyando una buena reprimenda, por algo que había hecho de forma incorrecta. Sentía que me habían descubierto, que mi familia sabía lo que les ocultaba, que me habían pillado, y no era capaz de crear argumentos que justificasen mi proceder. "Papá, voy a dejar los estudios". Me retumbó el sonido de aquellas palabras, más que en los oídos, en el cerebro, me quedé embelesado pensando que todo era debido  a un problema de acúfenos, que rememorando, me habían transportado al momento en que pronuncié esas mismas palabras ante mi padre, hacía ya muchos años."¿ Papá, me estás escuchando ?, te estoy diciendo que voy a dejar la carrera". Miré a mi hijo mayor, que esperaba sorprendido y expectante, el silencio dominaba la mesa, y yo sólo pude articular un simple: "¿cómo?".

_ ¿ Qué pasa colega ?, te noto preocupado. Tantas mañanas viéndonos y nunca te había notado como ahora.
_  Pues sí, estoy preocupado, pero llevo tiempo preocupado.- le contesté al "mendigo"-.
_  Pero tío, si eres un privilegiado, tú curras. ¿ Qué te preocupa ?.
_  Pues ahí está el tema, que no sé exactamente porqué me preocupo - le dije, sin saber muy bien a qué me refería-. Yo creo que me preocupa el futuro, el que todo por lo que he luchado en la vida se me venga abajo.
_  Que te preocupa "el futuro"?, tío, no me hagas reír, jajaja. Qué gracia me hace!.
_  Por qué se ríe de mí, simplemente me ha preguntado, y yo le estoy respondiendo- le dije -.
_ Ya, es que lo del futuro hace muchísima gracia a los que ni siquiera tenemos presente. Pero vamos; tampoco me lo tomes a mal.
_ Es que me preocupa el futuro de mis hijos, siempre he querido que estudiaran, para que fuesen más de lo que he sido yo: un simple obrero.
_ Los míos estudiaron, se tuvierno que buscar la vida fuera de España, uno es ingeniero aerodinámico y lleva dos años en Alemania, donde no le va mal, limpiando retretes, y el otro es un investigador en el campo de la genética, lleva tres años en EEUU y va tirando, es guía turístico y animador de una importante agencia de viajes.

Veía a mi padre reprendiéndome por dejar los estudios para ir a trabajar a una obra. Mi mujer diciéndome: "tranquilízate, no te preocupes tanto, llevas muchos años trabajando en la empresa, no puede ser que te echen". Don Arturo golpeándome aquel día: "Ya sabe que llevamos años de perdidas. Hemos pensado en una reestructuración de la plantilla. Se le indemnizará con lo que le pertenezca según la legalidad vigente". Que traducido; quería decir que me ponían en la calle con cuatro perras, tras casi media vida laboral trabajando para la misma empresa. Con cincuenta y cuatro años y sin expectativas de poder encontrar otro empleo, tengo amigos y conocidos de mi edad, que tras perder el empleo, llevan años sin que nadie les contrate y tienen la convicción de que nunca más volverán a trabajar. Joder!, y eso es normal?.

_ No puedo creerlo, en serio.
_ A qué te refieres.
_ A lo de tus hijos; estudiaron, se prepararon, y según cuentas, se dedican a cosas que no tienen nada que ver con la preparación que tienen, encima fuera de su país. Increíble!. ¡Pero qué futuro nos espera!.
_ Lo tuyo con el futuro es obsesivo colega. ¿ Pero es que tú no te informas?. Puedo mostrarte miles de personas, sólo en esta ciudad, que se ríen del futuro, porque ni siquiera tienen presente. Cientos de miles, que malviven, rozando la indigencia. Millones de seres que ocultan su miseria, las pasan canutas para llegar a fin de mes, y en muchos casos lo ocultan. He visto ancianos poco mayores que yo, morir solos, despreciados. He visto principalmente dos tipos de personas; los que como tú, hasta ahora, nos ven, sienten lástima, pero nos ignoran, y los que nos dan de lado, como si la cosa no fuese con ellos, y fuésemos algo molesto que hay que exterminar.
_ Verás yo... no sé cómo decirlo, me han despedido del puestro de trabajo que ocupaba desde hace muchos años. Todo mi mundo se derrumbó en ese momento. Además no soy capaz de contárselo a mi familia, me veo incapaz de reunir el suficiente  valor para sesgar de golpe la ilusión y esperanza de futuro de toda mi familia.
_ "Valor", ese es nuestro mayor problema colega, nos han dejado vivir una "ilusión", no hemos sabido luchar para poner las cosas en su sitio, y nos hemos condenado a un futuro de indigencia.

Me quedé mirando a los ojos al mendigo conocido, mi nuevo amigo, descubrí toda la sabiduría en su mirada, fijé mi atención en sus pupilas, me concentré en el tono de sus palabras despierta conciencias. Vi tanto odio, rabia y sufrimientos acumulados, que me quedé casi paralizado, perplejo: él era el futuro. El futuro de los desahuciados por un sistema asocial, en el que prevalecen intereses mercantiles, por encima de las personas, anteponiendo los privilegios de unos pocos por encima de lo conveniene para la mayoría del pueblo. Abatido, sentí que la conciencia me gritaba que, así, no hay futuro.

Comencé a gritar:
_ ¡NO HAY FUTURO, NO HAY FUTURO! - mientras gritaba alterado, sentía, que una voz conocida y sosegada procuraba calmarme, al principio me parecía muy lejana, pero cada vez resultaba más cercana a la par que conocida. Noté que comenzaban a mecerme, primero, de forma suave, pero yo seguía gritando, por lo que el balanceo comenzó a ser más pronuciado, más agresivo, hasta que, dada la insistencia de mis gritos, comencé a notar un zarandeo, que realizado de forma reiterativa consiguió hacereme volver a la realidad.

Abrí los ojos desconcertado; el mayor de mis dos hijos me zarandeaba de forma brusca, agarrándome por ambos hombros, con expresión preocupada, me gritaba de forma reiterativa: "PAPÁ DESPIERTA". Me le quedé mirando, desconcertado, le pregunté: "dime que no dejas los estudios, dime que todo ha sido un mal sueño. Dime que no renuncias al futuro, que el futuro existe. Mi hijo se me quedó mirando absorto, como el resto de la familia, miré de refilón por la ventana, y pude ver como el mendigo conocido me saludaba agitando la mano, con una media sonrisa en su rostro.