"El dinero no es nada, pero mucho dinero, eso ya es otra cosa"
George Bernard Shaw
Estaba abatido en el salón, sentado en su sillón favorito, cuando la
criada abrió la puerta. Al rato, apareció acompañando al doctor, que
sonriente, se fue hacia él para darle un abrazo de forma efusiva, al que Emilio
correspondió con cierta apatía.
_ A ver cómo está ese enfermo, -
dijo el doctor, mientras sacaba algunos instrumentos de su maletín -
¿qué tal, cómo te encuentras? - le preguntó, mientras se disponía a
auscultar el torax, abdomen y espalda de Emilio.
_ He estado mejor
Pedro, he estado mejor. Ya me ve. - le respondió mientras, el
estetoscopio recorría la poblada pelambre de su cuerpo -
Tras un reconocimiento exhaustivo a nivel general, Emilio le preguntó al doctor cómo le encontraba.
_ Nada, estás hecho un roble. No tienes nada que no pueda enmendar unos merecidos días de descanso.
_
Pedro, me ha visto nacer. Conoce a mis padres y todos mis hermanos.
Míreme atentamente y no me engañe: ¿verdad que me he convertido en un
monstruo?.
_ Lleva repitiendo lo mismo toda al mañana - dijo Eli acercándose ligeramente a ellos -
_
A ver muchacho, no te martirices. Son tiempos dífíciles, los negocios, a
veces hacen tomar decisiones que no gustan a nadie, estas cosas crean
cierto estress y ansiedad. Esta situación puede derivar a algún tipo de
depresión, pero creo que estamos a tiempo. Hazme caso, coge a Eli, y
daros un par de días de descanso en algún sitio tranquilo. Y me voy
porque hoy tengo una mañana muy apretada. Así que si me disculpais...
El
médico se despidió del matrimonio y abandonó la finca. Emilio, cada vez
comprendía menos la situación, se miraba las manos, se tocaba con ellas
su cuerpo cubierto de pelo y no entendía nada.
_ Llama al viejo
zorro y dile que no voy al banco, también a la zorra de mi hermanita, Ana Patricia,
diles que no me encuentro bien. Ah! también a mi secretaria, que cancele
todas las reuniones de hoy. Voy a salir - le dijo resolutivo a Elizabeth -
Tras
enfundarse en el abrigo, una bufanda de lana y un fedora, que le tapaba
la cara casi por completo, se dispuso a salir a la calle. Algo no iba
bien, al menos desde esa mañana. Cómo podía ser que él se notase y se
viese tan distinto de como era, y en cambio, nadie más se percatase de
ello. Hasta ese momento solo había tratado con gente que le conocía, su
mujer, el médico y el personal de servicio. Sentía miedo y a la vez
curiosidad por comprobar la reacción de alguien de la calle al verlo.
Salió
al ajetreo de la calle, la gente iba y venía a lo suyo, con prisas,
nadie reparaba en los demás. Comenzó a caminar hacia una clínica que
conocía, le habían hablado bastante bien de ella, y no le pillaba muy
retirada para ir andando. En ella, trataban problemas psicológicos de
toda índole, incluso patologías más serias y problemas mentales. Si algo
funcionaba mal en su cabeza, como parecía ser, debería tratárselo
cuanto antes, sin demora.
A pesar de no tener cita
concertada, no tuvo que esperar apenas, en seguida apareció la
enfermera, que tras pronunciar su nombre, le indicó que pasase a la
consulta. Comenzaron a atenderle dos doctores, el apellido y el pagar la
abultada factura por anticipado puede multiplicar de forma considerable
el interés por un caso. Le indicaron que se tendiese y se pusiera
cómodo en una especie de diván, tras presentarse, como el Dr. Barroso y
Dr. Rodríguez, comenzaron a realizar una serie de preguntas.
_
Sus apellidos son Botín y O´Shea, ¿es correcto?- Emilio corroboró con
un movimiento de cabeza afirmativo - es para completar su ficha - le explicaron -
_ Refiéranos qué es lo que le ocurre D. Emilio - intervino el Dr. Barroso -
_ Míreme fijamente doctor: ¿verdad que soy un monstruo?.
_ ¿Cómo dice? - preguntó sorprendido el Dr. Rodríguez -
_ ¡Es que no ven que soy un MONSTRUO!
_
A ver tranquilo D. Emilio, cuéntenos lo que ocurre desde el principio. ¿
Cuándo comenzó a sentirse mal?. ¿Qué es exactamente lo que no vemos?.
_
Todo comenzó esta mañana, me levanté, me miré en el espejo, y ahí
estaba el reflejo de ese Monstruo, mi horror fue el comprobar que era mi
reflejo, el Monstruo era yo. ¡Mire, no son manos, son zarpas!. ¡Pero es
que no lo ven!. ¡SOY UN MONSTRUO!
Los dos psiquiatras
se quedaron paralizados, contemplaban absortos a Emilio. Ninguno de los
dos parecía encontrar palabras, se miraron, se asintieron mutuamente,
pero ninguno de los dos decía nada. Fue el Dr. Barroso el que por fin
rompió el silencio.
_ Y dice que fue esta misma mañana, cuando comenzó a tener esas... digamos, visiones.
_ No son visiones.
_ ¿Le ha pasado esto con anterioridad? - inquirió el Dr. Rodríguez -
_ ¡Claro que no!. ¿Piensan que estoy loco?. ¿Pero es que no veen que ahora soy un Monstruo?.
_ Serio - añadió el Dr. Barroso mirando a su compañero -
Entonces
fue cuando comenzaron ambos el bombardeo de preguntas. Edad, estado
civil, que si padecía alguna enfermedad relevante, que si cómo fue su
infancia, que si cuál es su trabajo, que si cual es su función
específica como asesor financiero, que si ha ordenado llevar a efecto
muchos desahucios, que si acude al baño regularmente, que si duerme
bien, que si sus relaciones sexuales son normales, que si esto, que si
lo otro... siempre altenándose ambos en el turno de pregunta.
_
¡Bueno ya basta!. Soy un Monstruo y quiero soluciones. ¡Qué es lo que me
pasa y qué tengo que hacer para volver a ser el de antes!.
_ D.
Emilio, su situación, puede ser debida, a algún tipo de complejo que
acarrea desde su adolescencia, reactivada por la situación actual. Se ve
obligado a llevar a cabo, inducido principalmente por la autoridad
paterna, acciones que no son de su agrado, lo que le crea un incipiente
sentido de culpabilidad, con el agravante del odio hacia una figura
femenina con la que compite por el liderazgo, tanto a nivel laboral como
social.
_ Creemos - continuó el doctor Barroso - que padece un
sentido de culpabilidad, agudizado por su obligada necesidad de
competir. Le recomendamos que acuda a nuestras terapias de grupo, unos
días de descanso, inhibido de sus quehaceres habituales, y sobre todo
tomarse la vida con más tranquildad.
Salió de la
clínica con la moral por los suelos, hacía un frío de mil demonios, pero
le daba igual. No sabía qué era peor: si ver alucinaciones o ser un
envidioso de mierda. Era lo que le habían dado a entender los dos
psiquiatras de la clínica. A lo mejor era verdad, y todo era producto de
su imaginación. Quizás el sentimiento de culpabilidad, ese, del que
tanto hablaban, le hacía sentirse y verse como un Monstruo. Pensaba
hacerles caso, todo el mundo no se podía equivocar, a la vez, volvería a
casa y planearía un viaje junto a Elizabeth. Pobrecilla; vaya trago que
la había hecho pasar.
Pensaba en lo penoso del tiempo,
hacía un aire cantidad de molesto, un frío que penetraba hasta los
huesos y ahora de repente comenzaba a llover. Las gentes aceleraban el
paso ante la inminente amenaza de lluvia, de improviso a un niño se le
escapó un juguete, se desaferró de la mano de su madre y corrió a
buscarlo. El juguete fue a parar justo a los pies de Emilio, que se
agachó y lo recogió, pero el niño cegado por el aire, no reparó,
chocando de forma brusca con el hombre. Cuando abrió los ojos, se quedó
mirando a quien le ofrecía el juguete, justo antes de recogerlo. Justo
un instante antes de articular un "gracias señor", vió la cara del
sujeto que le ofrecía su juguete. Al principio el niño se quedó
paralizado, después la expresión se convirtió en horror, para que sin
poder contener un grito de miedo, saliese corriendo buscando la
protección de su madre.
_ ¡¡¡UN MONSTRUO!!!, ¡Mamá corre, es UN MONSTRUO!!!
_ ¡Qué! ¿Cómo? ´- balbució desolado Emilio -
A
partir de entonces todos los mendigos y desahuciados por la sociedad,
conocían a un tipo que se llamaba a sí mismo el Monstruo, que podía
parar en cualquiera de los callejones de la ciudad frecuentados por los
indigentes. Siempre borracho, con una botella de buen whisky en la mano,
que nadie sabía como conseguía y utilizando términos de un lenguaje
que nadie entendía.