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lunes, 23 de diciembre de 2013

MONSTRUO II


   
       

                  "El dinero no es nada, pero mucho dinero, eso ya es otra cosa"                      

                                                George Bernard Shaw

Estaba abatido en el salón, sentado en su sillón favorito, cuando la criada abrió la puerta. Al rato, apareció acompañando al doctor, que sonriente, se fue hacia él para darle un abrazo de forma efusiva, al que Emilio correspondió con cierta apatía.
_ A ver cómo está ese enfermo, - dijo el doctor, mientras sacaba algunos instrumentos de su maletín - ¿qué tal, cómo te encuentras? - le preguntó, mientras se disponía a auscultar el torax, abdomen y espalda de Emilio.
_ He estado mejor Pedro, he estado mejor. Ya me ve. - le respondió mientras, el estetoscopio recorría la poblada pelambre de su cuerpo -
Tras un reconocimiento exhaustivo a nivel general, Emilio le preguntó al doctor cómo le encontraba.
_ Nada, estás hecho un roble. No tienes nada que no pueda enmendar unos merecidos días de descanso.
 _ Pedro, me ha visto nacer. Conoce a mis padres y todos mis hermanos. Míreme atentamente y no me engañe: ¿verdad que me he convertido en un monstruo?.
_ Lleva repitiendo lo mismo toda al mañana - dijo Eli acercándose ligeramente a ellos -
_ A ver muchacho, no te martirices. Son tiempos dífíciles, los negocios, a veces hacen tomar decisiones que no gustan a nadie, estas cosas crean cierto estress y ansiedad. Esta situación puede derivar a algún tipo de depresión, pero creo que estamos a tiempo. Hazme caso, coge a Eli, y daros un par de días de descanso en algún sitio tranquilo. Y me voy porque hoy tengo una mañana muy apretada. Así que si me disculpais...
El médico se despidió del matrimonio y abandonó la finca. Emilio, cada vez comprendía menos la situación, se miraba las manos, se tocaba con ellas su cuerpo cubierto de pelo y no entendía nada.
_ Llama al viejo zorro y dile que no voy al banco, también a la zorra de mi hermanita, Ana Patricia, diles que no me encuentro bien. Ah! también a mi secretaria, que cancele todas las reuniones de hoy. Voy a salir - le dijo resolutivo a Elizabeth - 

Tras enfundarse en el abrigo, una bufanda de lana y un fedora, que le tapaba la cara casi por completo, se dispuso a salir a la calle. Algo no iba bien, al menos desde esa mañana. Cómo podía ser que él se notase y se viese tan distinto de como era, y en cambio, nadie más se percatase de ello. Hasta ese momento solo había tratado con gente que le conocía, su mujer, el médico y el personal de servicio. Sentía miedo y a la vez curiosidad por comprobar la reacción de alguien de la calle al verlo.

Salió al ajetreo de la calle, la gente iba y venía a lo suyo, con prisas, nadie reparaba en los demás. Comenzó a caminar hacia una clínica que conocía, le habían hablado bastante bien de ella, y no le pillaba muy retirada para ir andando. En ella, trataban problemas psicológicos de toda índole, incluso patologías más serias y problemas mentales. Si algo funcionaba mal en su cabeza, como parecía ser, debería tratárselo cuanto antes, sin demora.

A pesar de no tener cita concertada, no tuvo que esperar apenas, en seguida apareció la enfermera, que tras pronunciar su nombre, le indicó que pasase a la consulta. Comenzaron a atenderle dos doctores, el apellido y el pagar la abultada factura por anticipado puede multiplicar de forma considerable el interés por un caso. Le indicaron que se tendiese y se pusiera cómodo en una especie de diván, tras presentarse, como el Dr. Barroso y Dr. Rodríguez, comenzaron a realizar una serie de preguntas.

_  Sus apellidos son Botín y O´Shea, ¿es correcto?- Emilio corroboró con un movimiento de cabeza afirmativo - es para completar su ficha - le explicaron -
_ Refiéranos qué es lo que le ocurre D. Emilio - intervino el Dr. Barroso -
_ Míreme fijamente doctor: ¿verdad que soy un monstruo?.
_ ¿Cómo dice? - preguntó sorprendido el Dr. Rodríguez -
_ ¡Es que no ven que soy un MONSTRUO!
_ A ver tranquilo D. Emilio, cuéntenos lo que ocurre desde el principio. ¿ Cuándo comenzó a sentirse mal?. ¿Qué es exactamente lo que no vemos?.
_ Todo comenzó esta mañana, me levanté, me miré en el espejo, y ahí estaba el reflejo de ese Monstruo, mi horror fue el comprobar que era mi reflejo, el Monstruo era yo. ¡Mire, no son manos, son zarpas!. ¡Pero es que no lo ven!. ¡SOY UN MONSTRUO!

Los dos psiquiatras se quedaron paralizados, contemplaban absortos a Emilio. Ninguno de los dos parecía encontrar palabras, se miraron, se asintieron mutuamente, pero ninguno de los dos decía nada. Fue el Dr. Barroso el que por fin rompió el silencio.
_ Y dice que fue  esta misma mañana, cuando comenzó a tener esas... digamos, visiones.
_ No son visiones.
_ ¿Le ha pasado esto con anterioridad? - inquirió el Dr. Rodríguez -
_ ¡Claro que no!. ¿Piensan que estoy loco?. ¿Pero es que no veen que ahora soy un Monstruo?.
_ Serio - añadió el Dr. Barroso mirando a su compañero -

Entonces fue cuando comenzaron ambos el bombardeo de preguntas. Edad, estado civil, que si padecía alguna enfermedad relevante, que si cómo fue su infancia, que si cuál es su trabajo, que si cual es su función específica como asesor financiero, que si ha ordenado llevar a efecto muchos desahucios, que si acude al baño regularmente, que si duerme bien, que si sus relaciones sexuales son normales, que si esto, que si lo otro... siempre altenándose ambos en el turno de pregunta.
_ ¡Bueno ya basta!. Soy un Monstruo y quiero soluciones. ¡Qué es lo que me pasa y qué tengo que hacer para volver a ser el de antes!.
_ D. Emilio, su situación, puede ser debida, a algún tipo de complejo que acarrea desde su adolescencia, reactivada por la situación actual. Se ve obligado a llevar a cabo, inducido principalmente por la autoridad paterna, acciones que no son de su agrado, lo que le crea un incipiente sentido de culpabilidad, con el agravante del odio hacia una figura femenina con la que compite por el liderazgo, tanto a nivel laboral como social.
_ Creemos - continuó el doctor Barroso - que padece un sentido de culpabilidad, agudizado por su obligada necesidad de competir. Le recomendamos que acuda a nuestras terapias de grupo, unos días de descanso, inhibido de sus quehaceres habituales, y sobre todo tomarse la vida con más tranquildad.

Salió de la clínica con la moral por los suelos, hacía un frío de mil demonios, pero le daba igual. No sabía qué era peor: si ver alucinaciones o ser un envidioso de mierda. Era lo que le habían dado a entender los dos psiquiatras de la clínica. A lo mejor era verdad, y todo era producto de su imaginación. Quizás el sentimiento de culpabilidad, ese, del que tanto hablaban, le hacía sentirse y verse como un Monstruo. Pensaba hacerles caso, todo el mundo no se podía equivocar, a la vez, volvería a casa y planearía un viaje junto a Elizabeth. Pobrecilla; vaya trago que la había hecho pasar.

Pensaba en lo penoso del tiempo, hacía un aire cantidad de molesto, un frío que penetraba hasta los huesos y ahora de repente comenzaba a llover. Las gentes aceleraban el paso ante la inminente amenaza de lluvia, de improviso a un niño se le escapó un juguete, se desaferró de la mano de su madre y corrió a buscarlo. El juguete fue a parar justo a los pies de Emilio, que se agachó y lo recogió, pero el niño cegado por el aire, no reparó, chocando de forma brusca con el hombre. Cuando abrió los ojos, se quedó mirando a quien le ofrecía el juguete, justo antes de recogerlo. Justo un instante antes de articular un "gracias señor", vió la cara del sujeto que le ofrecía su juguete. Al principio el niño se quedó paralizado, después la expresión se convirtió en horror, para que sin poder contener un grito de miedo, saliese corriendo buscando la protección de su madre.
_ ¡¡¡UN MONSTRUO!!!, ¡Mamá corre, es UN MONSTRUO!!!
_ ¡Qué! ¿Cómo? ´- balbució desolado Emilio -

A partir de entonces todos los mendigos y desahuciados por la sociedad, conocían a un tipo que se llamaba a sí mismo el Monstruo, que podía parar en cualquiera de los callejones de la ciudad frecuentados por los indigentes. Siempre borracho, con una botella de buen whisky en la mano, que nadie sabía como conseguía y utilizando términos de un lenguaje que nadie entendía.

sábado, 21 de diciembre de 2013

MONSTRUO





 " El mundo es suficientemente grande para satisfacer las necesidades de todos. Pero siempre será demasiado pequeño para la avaricia de algunos".

                                                        Mahatma  Gandhi



Se sentía completamente somnoliento cuando sonó el despertador. Notaba una ligera pesadez de estómago y la boca pastosa, pero lo peor era el dolor de cabeza. Eran apenas las seis de la mañana y no entendía la devoción, inculcada por su familia, respecto al hábito de madrugar. Simplemente un par de horas más de sueño, solucionarían todos esos pequeños problemas.

Se levantó todavía adormilado, y trastabillando acudió al baño para orinar de forma generosa en el moderno inodoro. Mientras; escuchaba caer el agua de la ducha, primero; como una lluvia fina, constante, acompasada, después; como una serie de golpes amortiguados por el pelo, quizás, ruido de que sin duda hay alguien ahí, bajo el chorro, y el agua cae en riachos, goterones a destiempo, cae de golpe mucha agua más pesada, agua jabonosa que golpea contra el agua estancada.

Todavía un tanto adormilado, se dispuso a mirarse en el espejo. Estaba completamente empañado y comenzó a limpiarlo con la manga del pijama. Al recibir el reflejo de su imagen, no pudo contener un respingo, se frotó los ojos, se acercó al cristal. Pensó que debía tratarse de algún mal sueño, o una broma de mal gusto. Comprobó con horror que tenía la cara y los brazos llenos de pelo, pero de forma exagerada, sobrenatural; abrió la boca, y su dentadura era muchísimo más poderosa, algunas piezas dentales exhibían una fortaleza de auténtica arma mortífera. Sus manos, eran enormes ahora, los dedos podía decirse que eran garras y las uñas tenían un aspecto realmente capaz de intimidar a cualquiera, más que manos, lo que observaba eran unas zarpas. ¿Pero cómo era posible que le hubiesen crecido tanto las uñas en una noche?. Dió un paso hacia atras, se observó atentamente y pensó: ¡Dios, doy miedo!. Soy...soy ¡un monstruo!.

En ese preciso momento, Eli, que era como llamaba de forma abreviada a Elizabeth, su mujer, cerró el grifo de la ducha. Pudo escuchar como le llamaba: "¿Emi, eres tú, estás ahí?". No pudo reprimir un gruñido como contestación, mientras que absorto se miraba los pies. Escuchó como su mujer descorría la mampara de la ducha, vio como por una rendija asomaba su mano, mientras le pedía por favor que le acercase la toalla. Entonces la alarma saltó en su cabeza, no podía dejar que le viera, al menos de momento, con un movimiento rápido le tendió la toalla, y salió del baño a toda prisa. 

Volvió a la habitación, se metió de nuevo en la cama y se arropó hasta la cabeza. Cerró los ojos apretándolos muy fuerte, e imploró para sus adentros, llegando a pronunciar su súplica: "por favor, Dios mío, que todo sea una pesadilla. Ahora que me despierte y todo vuelva a ser como antes". Ahuecó las mantas dejando que entrara un haz de luz, se miró su mano izquierda, y nada, su ruego no había servido de nada. Seguía siendo un monstruo, algún tipo de bestia. no sabía como era posible, pero es lo que había. Un temor inundó su cabeza, no sabía como iba a reaccionar, dentro de poco su esposa entraría en la habitación, y no sabía hasta que punto podía ser peligroso. Cómo reaccionaría ella al verle con su nuevo aterrador aspecto, y mucho peor, cómo encajaría él tenerla cerca. Le martirizaba la idea de ser capaz de hacerla daño.

La mujer entró en la habitación conyugal portando una toalla a modo de turbante en el pelo, y otra que le cubría el cuerpo por debajo de las axilas. Le extrañó ver a su marido de nuevo metido en la cama, además de esa extraña manera: arropado hasta la cabeza, de forma que sólo se intuía su bulto bajo el edredón. Tras la sorpresa inicial, acudió a su mente la preocupación, por lo que preguntó angustiada: "Emi, cari, qué te pasa, qué haces en la cama a estas horas". Él se aferró a la ropa y angustiado le contestó sobresaltado: "¡Eli, aléjate de mí!. No quiero hacerte daño". Entonces ella sonrió y otra idea muy distinta acudió a su cabeza, a veces, podían ser muy imaginativos. Por lo que trató de acertar de qué iba el jueguecito en esta ocasión.

Sin pensárselo dos veces se quitó la toalla del pelo y comenzó a secarlo con ella aceleradamente, dejó caer la que cubría su cuerpo, y sacó del galán el conjunto interior nuevo, color púrpura, que adquirió justo el día anterior. Se dejó caer sobre la cama y comenzó a avanzar a gatas hacia la cabecera, gritando en un fingido afligimiento: "¡No, por favor, animal malvado. No me hagas daño!". Emilio, en un principio pensó que le había visto, pero el tono no le encajaba del todo, hasta que comprendió.

_  Eli, te estoy hablando en serio, puedo resultar peligroso. ¡Alejaté de mí!.
_¡Ay, Emilio!, me estás asustando. ¿Qué te pasa, te encuentras mal?. A ver, quítate el edredón de la cabeza que te vea.
_ Elizabeth, por última vez, ¡aléjate de mí!.

Después de un ligero forcejeo entre ambos con la ropa de cama, el uno para mantenerse oculto, y la otra para descubrirle la cara, Emilio decidió que no merecía la pena seguir ocultándose, total en algún momento tendría que verle. Por lo que esperando el grito de horror de su mujer, se descubrió la cara.
_ Está bien tú lo has querido.

La mujer se le quedó fija mirándole, pero no hacía nada, hasta que se le acercó ligeramente, reparando en los ojos, después le pidió que sacase la lengua.
_ Lo que me imaginaba, estás agotado my darling. Estate ahí tranquilo, voy a llamar ahora mismo al doctor.
_ ¡Eli!
_ ¡Ay qué!
_ ¿Pero tú me has mirado bien?. Acércate. Mírame, ¡soy un monstruo!
_ Que pesado cari, de verdad. Hazme caso, estate tranquilo al menos hasta que venga el doctor.

 Extrañado, se levantó, se enfundó en su batín y fue de nuevo a mirarse en el espejo del baño. No podía comprender qué era lo que ocurría. Mientras escuchaba como su mujer, abajo, le pedía al médico familiar que acudiese al domicilio, se miró de todas las posturas, en todos los ángulos imaginables, y todas las imágenes reflejadas que le devolvía el espejo, eran las de un monstruo, un auténtico animal. No comprendía porqué ella estaba tan tranquila en el salón hablando por teléfono, en lugar de estar aterrada.