sábado, 27 de abril de 2013

UNA HISTORIA ( Primera Parte )







 “ La más hermosa de todas las dudas es cuando los débiles y los desalentados levantan su cabeza y dejan de creer en la fuerza de sus opresores “. 
                                                         
                                                               Bertolt Brecht.


                                           
                                          Madrid, madrugada del 16 de Mayo
 

Recuerdo que eran casi las cuatro de la mañana. Lo sé, porque apenas si hacía una hora que me había recostado en la cama, recordando algunos momentos de la reciente  manifestación y las risas de la pequeña juerga posterior, celebrando el éxito de la convocatoria con los compañeros, y entonces, el despertador de la mesilla marcaba las tres menos cuarto. Me encontraba amodorrado, envuelto entre vapores de alcohol. Vencido por un sueño ligero, el calor del cigarrillo, casi consumido, me devolvió a la vigilia. Me incorporé ligeramente para aplastar la colilla contra el cenicero de cristal, para volver a acomodarme, de forma más concienzuda, de nuevo en la cama. Cerré los ojos, para conciliar el sueño. Al poco rato, comenzaron a llegarme los primeros ruidos. Al principio lejanos, apenas un murmullo, después, pude percibir que poco a poco se iban acercando. Me quedé quieto, en completo silencio, tratando de captar cualquier indicio que pudiera indicarme el motivo de semejantes ruidos, a esas deshoras de la madrugada. La llegada del rugido de los motores de automóvil y los gritos, hacían intuir el alboroto. Se podía escuchar con toda nitidez como aporreaban las puertas, mientras reclamaban a gritos la presencia de los presuntos residentes de la vivienda de turno.


Pude escuchar como voceaban el nombre de mi compañero de trabajo y amigo Juan, de mi amigo desde la infancia José y el mío propio. No me di cuenta, que desde hacía ya unos instantes, aporreaban mi puerta mientras me llamaban a gritos. No me dio tiempo de reaccionar, escuché un estruendo y vi como la puerta era derribada. Preguntaron que si era yo el sujeto al que se referían. Medio alucinado, aturdido, creyendo que todo formaba parte de un extraño sueño, asentí tímidamente. Escuché por parte de uno de los agentes un tajante: “ pero contesta, coño!!”, al mismo tiempo que noté un fuerte golpe en la cabeza. Ya no me acuerdo de más.


No sé cuánto tiempo pudo transcurrir, hasta que me desperté completamente desorientado, con un fuerte dolor de cabeza, ni cómo llegué a la colchoneta sobre la que descansaba, en una celda que compartía con otros cuatro compañeros, que en ese momento eran completos desconocidos para mí. Enseguida, percibí que el aire estaba viciado. Olía a sudor y orines. La luz artificial estaba encendida, pero podía escuchar los ronquidos de las personas que ocupaban las colchonetas más cercanas a mí. Otro de los compañeros, que se encontraba algo más retirado, a veces, gritaba. Al principio, pensé, que sus gritos eran producto de la ensoñación, pero después, comprobé que gritaba pidiendo de forma insistente que le proporcionaran metadona. A pesar de la insistencia, no sólo no le hacían caso, sino que a veces le amenazaban para que dejase de gritar.


Me dolía terriblemente la cabeza, por lo que me mantuve echado en mi colchoneta, pensando, tratando de aclarar las ideas. No sabía qué había pasado, no tenía ni idea de porqué estaba ahí, pero sobre todo había una laguna en mi recuerdo, que no era capaz de esclarecer. Me repetía a mí mismo: “no pasa nada, todo está bien. Todo se demostrará y saldrás de aquí, porque no has hecho nada malo”. Me concentraba en recordar qué había pasado aquella tarde en la manifestación, y precisamente no me venía ninguna imagen polémica. Ni siquiera había un amago de enfrentamiento con los UIP. Había sido la celebración de un Aniversario, el del "Movimiento", y como tal celebración, todo transcurrió dentro de la normalidad. Al ordenar los hechos; me acordaba perfectamente, que anduvimos por las calles adyacentes a Sol durante algún tiempo, divirtiéndonos, riéndonos, sin buscar problemas. Después, fuimos a la Plaza Mayor, nos bebimos algunos litros de cerveza, fumamos algún porro a lo largo de la tarde y de la noche, pero todo dentro de un ambiente festivo y de camaradería.


Poco a poco comenzaron a despertarse el resto de ocupantes de la celda. Caras de desconcierto, preocupación e incertidumbre. No sé que hora sería, pero transcurrió más de media hora hasta que apareció el guardia con el desayuno. Le dije que notaba un fuerte dolor de cabeza y que tenía sensación de mareo, a consecuencia del trato recibido en el momento de la detención, por lo que le pedí que se me realizara un reconocimiento médico lo antes posible. El guardia con una sonrisa me dijo que lo haría saber, y se marchó.


El tiempo pasaba y los ocupantes de la celda comenzábamos a relacionarnos, tampoco había muchas alternativas, o eso, o comerte el coco, dándole vueltas a las cosas en una tormentosa espiral que no te conducía a ningún sitio. Así supe que el chaval que pedía metadona, se llamaba Miguel, y que le llevaban dando largas, de forma cruel, desde hacía más de diez horas. Cada vez que pedía que le dispensaran una dosis, se mofaban de él y le decían: “Sí, ya la hemos pedido, ahora viene”. Al final, por la tarde acabaron llevándoselo a un centro de salud. También conocí a Roberto y Andrés, que eran amigos entre sí, eran de San Blas, a Andrés le llamaban “el Calín” y tenía un reloj pequeño de bolsillo escondido. Gracias al “Calín”, y su reloj, conseguí no perder del todo la noción del tiempo.


La presión psicológica era continua, tanto en pequeños como en grandes detalles. La intimidación, descalificación, insultos y amenazas, eran lo habitual en el trato que nos dispensaban los guardias. Aunque acabas acostumbrándote, recordaba que la primera impresión, el primer olor que percibí de la estancia era el olor a orines, esa misma tarde pude comprobar a qué era debido. Cada vez que quieres ir al servicio, tienes que llamar al guardia para que te acompañe, y hay veces, sospecho que de forma premeditada, que la verdad, tarda demasiado, por lo que algunos detenidos optan por orinar en la misma celda. En una ocasión; escuché algo sobre el tiempo legal para que te visitara tu abogado tras ser detenido, no recordaba si eran 8 horas. Yo comencé a recordarlo, siempre que tenía ocasión, prácticamente desde después del desayuno, diciendo el nombre y apellidos de mi abogado y que disponía de dinero para pagarlo. El tiempo pasaba y no aparecía nadie. Cada vez que preguntaba si habían avisado a mi abogado, la contestación era la misma, me decían: “sí, ya le hemos avisado, pero ya ves la prisa que tiene por venir, tendrá cosas más importantes que hacer, antes que auxiliar a un perroflauta en apuros”. Tratan de transmitirte la sensación de que estás solo, que no le importas a nadie y que nadie te va a ayudar, por lo que es mejor  que cooperes y cuentes todo lo que sabes, e incluso lo que no sabes sobre lo que te preguntan.


Ni siquiera sabía de qué se me acusaba. Seguían haciendo caso omiso, a pesar de mi insistencia, sobre el hecho  de que se me realizase un reconocimiento médico. El primer día del interminable arresto se pasaba y seguía sin haber tenido contacto con mi abogado. La guerra psicológica estaba fríamente calculada. Eran más de las dos de la mañana, y la luz se mantenía encendida. Difícil conciliar el sueño. Repasaba las imágenes del viernes, una y otra vez, en mi mente. Por más que me centraba en todo tipo de detalles, no conseguía sacar nada en claro. Por supuesto que había tratado antes y después de la manifestación con gente nueva, pero no veía qué sentido podía existir con el hecho de encontrarme detenido. Notaba que me ahogaba, la falta de ventilación de la celda, el ambiente viciado, el olor a orines y sudor, el mismo colchón mugriento de la noche anterior, tirado en el suelo al lado de los barrotes. Me sentía solo, muy solo, con la moral por los suelos, desolado y vencido.