sábado, 21 de diciembre de 2013

MONSTRUO





 " El mundo es suficientemente grande para satisfacer las necesidades de todos. Pero siempre será demasiado pequeño para la avaricia de algunos".

                                                        Mahatma  Gandhi



Se sentía completamente somnoliento cuando sonó el despertador. Notaba una ligera pesadez de estómago y la boca pastosa, pero lo peor era el dolor de cabeza. Eran apenas las seis de la mañana y no entendía la devoción, inculcada por su familia, respecto al hábito de madrugar. Simplemente un par de horas más de sueño, solucionarían todos esos pequeños problemas.

Se levantó todavía adormilado, y trastabillando acudió al baño para orinar de forma generosa en el moderno inodoro. Mientras; escuchaba caer el agua de la ducha, primero; como una lluvia fina, constante, acompasada, después; como una serie de golpes amortiguados por el pelo, quizás, ruido de que sin duda hay alguien ahí, bajo el chorro, y el agua cae en riachos, goterones a destiempo, cae de golpe mucha agua más pesada, agua jabonosa que golpea contra el agua estancada.

Todavía un tanto adormilado, se dispuso a mirarse en el espejo. Estaba completamente empañado y comenzó a limpiarlo con la manga del pijama. Al recibir el reflejo de su imagen, no pudo contener un respingo, se frotó los ojos, se acercó al cristal. Pensó que debía tratarse de algún mal sueño, o una broma de mal gusto. Comprobó con horror que tenía la cara y los brazos llenos de pelo, pero de forma exagerada, sobrenatural; abrió la boca, y su dentadura era muchísimo más poderosa, algunas piezas dentales exhibían una fortaleza de auténtica arma mortífera. Sus manos, eran enormes ahora, los dedos podía decirse que eran garras y las uñas tenían un aspecto realmente capaz de intimidar a cualquiera, más que manos, lo que observaba eran unas zarpas. ¿Pero cómo era posible que le hubiesen crecido tanto las uñas en una noche?. Dió un paso hacia atras, se observó atentamente y pensó: ¡Dios, doy miedo!. Soy...soy ¡un monstruo!.

En ese preciso momento, Eli, que era como llamaba de forma abreviada a Elizabeth, su mujer, cerró el grifo de la ducha. Pudo escuchar como le llamaba: "¿Emi, eres tú, estás ahí?". No pudo reprimir un gruñido como contestación, mientras que absorto se miraba los pies. Escuchó como su mujer descorría la mampara de la ducha, vio como por una rendija asomaba su mano, mientras le pedía por favor que le acercase la toalla. Entonces la alarma saltó en su cabeza, no podía dejar que le viera, al menos de momento, con un movimiento rápido le tendió la toalla, y salió del baño a toda prisa. 

Volvió a la habitación, se metió de nuevo en la cama y se arropó hasta la cabeza. Cerró los ojos apretándolos muy fuerte, e imploró para sus adentros, llegando a pronunciar su súplica: "por favor, Dios mío, que todo sea una pesadilla. Ahora que me despierte y todo vuelva a ser como antes". Ahuecó las mantas dejando que entrara un haz de luz, se miró su mano izquierda, y nada, su ruego no había servido de nada. Seguía siendo un monstruo, algún tipo de bestia. no sabía como era posible, pero es lo que había. Un temor inundó su cabeza, no sabía como iba a reaccionar, dentro de poco su esposa entraría en la habitación, y no sabía hasta que punto podía ser peligroso. Cómo reaccionaría ella al verle con su nuevo aterrador aspecto, y mucho peor, cómo encajaría él tenerla cerca. Le martirizaba la idea de ser capaz de hacerla daño.

La mujer entró en la habitación conyugal portando una toalla a modo de turbante en el pelo, y otra que le cubría el cuerpo por debajo de las axilas. Le extrañó ver a su marido de nuevo metido en la cama, además de esa extraña manera: arropado hasta la cabeza, de forma que sólo se intuía su bulto bajo el edredón. Tras la sorpresa inicial, acudió a su mente la preocupación, por lo que preguntó angustiada: "Emi, cari, qué te pasa, qué haces en la cama a estas horas". Él se aferró a la ropa y angustiado le contestó sobresaltado: "¡Eli, aléjate de mí!. No quiero hacerte daño". Entonces ella sonrió y otra idea muy distinta acudió a su cabeza, a veces, podían ser muy imaginativos. Por lo que trató de acertar de qué iba el jueguecito en esta ocasión.

Sin pensárselo dos veces se quitó la toalla del pelo y comenzó a secarlo con ella aceleradamente, dejó caer la que cubría su cuerpo, y sacó del galán el conjunto interior nuevo, color púrpura, que adquirió justo el día anterior. Se dejó caer sobre la cama y comenzó a avanzar a gatas hacia la cabecera, gritando en un fingido afligimiento: "¡No, por favor, animal malvado. No me hagas daño!". Emilio, en un principio pensó que le había visto, pero el tono no le encajaba del todo, hasta que comprendió.

_  Eli, te estoy hablando en serio, puedo resultar peligroso. ¡Alejaté de mí!.
_¡Ay, Emilio!, me estás asustando. ¿Qué te pasa, te encuentras mal?. A ver, quítate el edredón de la cabeza que te vea.
_ Elizabeth, por última vez, ¡aléjate de mí!.

Después de un ligero forcejeo entre ambos con la ropa de cama, el uno para mantenerse oculto, y la otra para descubrirle la cara, Emilio decidió que no merecía la pena seguir ocultándose, total en algún momento tendría que verle. Por lo que esperando el grito de horror de su mujer, se descubrió la cara.
_ Está bien tú lo has querido.

La mujer se le quedó fija mirándole, pero no hacía nada, hasta que se le acercó ligeramente, reparando en los ojos, después le pidió que sacase la lengua.
_ Lo que me imaginaba, estás agotado my darling. Estate ahí tranquilo, voy a llamar ahora mismo al doctor.
_ ¡Eli!
_ ¡Ay qué!
_ ¿Pero tú me has mirado bien?. Acércate. Mírame, ¡soy un monstruo!
_ Que pesado cari, de verdad. Hazme caso, estate tranquilo al menos hasta que venga el doctor.

 Extrañado, se levantó, se enfundó en su batín y fue de nuevo a mirarse en el espejo del baño. No podía comprender qué era lo que ocurría. Mientras escuchaba como su mujer, abajo, le pedía al médico familiar que acudiese al domicilio, se miró de todas las posturas, en todos los ángulos imaginables, y todas las imágenes reflejadas que le devolvía el espejo, eran las de un monstruo, un auténtico animal. No comprendía porqué ella estaba tan tranquila en el salón hablando por teléfono, en lugar de estar aterrada.

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