jueves, 28 de abril de 2011

CAMINO





El otro día iba caminando por mi barrio, hacia la biblioteca tuve que atravesar – una vez más – la “ calle de las mierdas “. Así se la denomina literalmente en el barrio. El motivo de tan rimbombante nombre, no es otro, que la multitudinaria existencia de excrementos, heces, cacas o mierdas de perro.

No es que tenga nada en contra de tan simpáticos animales, pero debo reconocer que odio sus mierdas. El motivo de mi aversión hacia estos repugnantes excrementos caninos, va más allá del puro deterioro del paisaje urbano, además del tufillo claramente perceptible en el ambiente. Dicha aversión, está más bien estrechamente relacionada con mi despiste o con mis ocasionales descuidos.

Como he comentado antes, esta vía pública, es casi paso obligado, para acudir de mi casa a la biblioteca, tratar de evitarla es dar un rodeo bastante considerable. El único inconveniente de éste camino más corto, es que debo atravesar la “ calle de las mierdas “.

Durante el camino de ida no hay problema, ya que me dispongo a devolver los libros que me he leído en casa. Lo peor es cuando regreso a casa por el mismo insufrible camino. No pudiendo aguantar, la mayoría de las veces, la curiosidad de ojear los libros que acabo de tomar prestados. Esa es mi perdición, ya que llega un momento en que me abstraigo por completo del ámbito que me rodea. Me sumerjo de tal forma en la lectura, aunque sea superficial, que a los pocos pasos cuando quiero volver en mí, es con la certeza de que una vez más he pisado algo blando, que a veces incluso, me ocasiona un ligero resbalón.

De nada te sirve blasfemar, acordarte del perro propietario del excremento, ni del propietario del perro. Es demasiado tarde incluso, para achacar tu desgracia a la falta de esa leyenda urbana, propiciada por nuestro faraónico alcalde de Madrid y las grandes fortunas de España, en que se han convertido los barrenderos de mi barrio, al que todo el mundo – sobre todo últimamente - ha visto alguna vez, pero cada vez menos. Es que un servidor no vive precisamente en el Centro de Madrid, los barrios obreros son otra cosa.

Por eso cuando el otro día iba caminando por mi barrio – una vez más – y en una calle diferente a la “ calle de las mierdas “, vi un agradable perrito defecándose en medio de la acera, mientras su amo impasible, pacientemente, espero a que acabase su mascota de hacer todas las necesidades que necesitaba, para acto seguido, continuar caminando, con toda la tranquilidad del mundo. Allí quedó solitario, el monumental excremento. Yo me quedé pensando y no pude más que decirme, para mis adentros: ellos disfrutan de sus mascotas y todos compartimos sus mierdas.

Es que las gentes de los barrios obreros somos mucho menos cívicos, que las personas que habitan en los barrios más céntricos de la ciudad. Así que aunque paguemos impuestos, para qué nos van a mantener las calles limpias. Se trata de que paguemos la crisis en todos los sentidos. Recortándonos en servicios, prestaciones, sueldos y en calidad de vida.

No hay comentarios: